miércoles, 18 de julio de 2012


  • El gran avivador


    La vida de Jonatán Edwards es un ejemplo de consagración al Señor. Una serie de prédicas suyas marcaron el comienzo del "Gran Despertamiento" en 1741. Fue el gestor del movimiento de revitalización cristiana que se extendió por las colonias norteamericanas. Un elegido de Dios.
    El gran avivador
    Hace más de doscientos setenta años que el mundo habla del famoso sermón, pecadores en las manos de un Dios airado, y de los oyentes que se agarraban a los bancos pensando que iban a caer en el fuego eterno. Ese hecho fue solamente uno de los muchos que ocurrieron en aquellas reuniones, en que el Espíritu Santo desvendaba los ojos de los presentes, para que contemplaran las glorias de los cielos y la realidad del castigo que está cerca de aquellos que viven alejados de Dios.

    Jonatán Edwards fue la persona que más sobresalió en ese avivamiento, producido en julio de 1741, que con el tiempo se conoció como el "Gran Despertamiento". Su vida fue y es un destacado ejemplo de consagración al Señor. Siempre dejó que el Espíritu Santo lo utilizara como un instrumento de adoctrinamiento. Edwards amaba a Dios, no solamente de corazón y alma, sino también con todo su entendimiento. Bajo una apariencia exterior sosegada, ardía dentro de él fuego divino, como un volcán.

    Los creyentes de hoy le deben a este héroe del cristianismo, gracias a su perseverancia en la oración y el estudio bajo la dirección del Espíritu, el retorno a varias doctrinas y verdades de la iglesia primitiva. Fue grande el fruto de la fe evangélica del hogar en que nació el 5 de octubre de 1703 en Connecticut. Su padre fue pastor de una misma iglesia durante un período de sesenta y cuatro años. Su madre fue hija de un predicador que pastoreó una iglesia durante más de cincuenta años.

    HOMBRE DE ORACIÓN

    Muchas fueron las oraciones que sus padres elevaron a Dios, para que su único y amado hijo varón fuese lleno del Espíritu Santo, y llegase a ser grande delante del Señor. No solamente oraban así, con fervor y constancia, sino que se dedicaron a criarlo con mucho celo para el servicio del Todopoderoso. Las oraciones hechas alrededor del fuego del hogar lo inducían a esforzarse, y sus esfuerzos redoblados los estimularon a orar más fervorosamente. Aquella enseñanza religiosa y constante hizo que Jonatán conociese íntimamente al Creador, desde muy pequeño.

    Cuando Edwards tenía alrededor de ocho años, hubo un avivamiento en la iglesia de su padre, y Jonatán sea acostumbró a orar en soledad, cinco veces, todos los días, y a llamar a otros niños para que oraran con él. Luego, en 1716 antes de cumplir los trece años, inició sus estudios en el Colegio de Yale, donde cuatro años más adelante se graduó con las más altas calificaciones. Siempre estudiaba con mucho ahínco, pero también buscaba tiempo para escudriñar la Biblia diariamente. Después de graduarse, continuó su formación en Yale, durante dos años, y entonces fue elegido para ser ministro de Dios.

    Jonatán Edwards acostumbraba estudiar y orar trece horas diarias. En lo que se refiere a su consagración, cuando tenía veinte años Edwards escribió: "me dediqué solemnemente a Dios y lo hice por escrito, entregándome yo mismo y todo lo que me pertenecía al Señor, para no pertenecerme más en ningún sentido, para no consolarme como el que de una forma u otra se apoya en algún derecho... presentando así una batalla contra el mundo, la carne y Satanás, hasta el fin de mi vida".

    A los veinticuatro años se casó con Sara Pierrepont, hija de un pastor, y de ese enlace nacieron once hijos. Por cierto, al lado de Jonatán, en el "Gran Despertamiento", estuvo el nombre de Sara Edwards, su fiel esposa y colaboradora. Igual que su marido, ella es ejemplo de una rara intelectualidad, profundamente estudiosa, y entregada enteramente al servicio de Dios. Fue conocida por su dedicación al hogar y a criar a sus hijos, y por la economía que practicaba, siguiendo las palabras de Cristo: "Para que nada se pierda". Pero, sobre todo, tanto ella como su marido fueron conocidos por las experiencias que tenían en la oración.

    EL GRAN DESPERTAMIENTO

    Pero ¿cuáles fueron las doctrinas que la iglesia había olvidado y cuáles las que Edwards comenzó a enseñar y a observar de nuevo, con manifestaciones tan increíbles? Basta una lectura superficial para descubrir que la doctrina a la cual dio más énfasis, fue la del nuevo nacimiento, como una experiencia cierta y definida en contraste con la idea de la iglesia romana y de varias denominaciones, de que es suficiente aceptar una doctrina. Un gran número de creyentes despertó ante el peligro de pasarse la vida sin tener la seguridad de estar en el camino que lleva al cielo, cuando, en realidad, estaban a punto de caer en el infierno.

    El evento que marcó el comienzo del "Gran Despertamiento", fue una serie de mensajes predicados por Edwards sobre la doctrina de la justificación por la fe, que hizo que los oyentes sintieran la verdad de las Escrituras, de que toda boca permanecerá cerrada en el día del juicio final. Al respecto, por aquellos días no se cansó de repetir que: "no hay nada absolutamente que, por un momento, evite que el pecador caiga en el infierno, a no ser la buena voluntad de Dios".

    El famoso sermón de Edwards: "pecadores en las manos de un Dios airado", merece una mención especial. El pueblo, al entrar para asistir al culto, mostraba un espíritu de indiferencia y hasta falta de respeto ante los cinco predicadores que estaban presentes. Jonatán fue escogido para predicar. Era un hombre de aspecto imponente: dos metros de altura y un cuerpo muy enflaquecido de tanto ayunar y orar. Sin hacer ningún gesto, apoyado con un brazo sobre el pulpito, sosteniendo el manuscrito con la otra mano, hablaba en voz monótona. Su discurso se basó en el texto de Deuteronomio 32:35: "a su tiempo su pie resbalará".

    Después de explicar ese pasaje, añadió que nada evitaba por un momento que los pecadores cayesen al infierno, a no ser la propia voluntad de Dios; que Dios estaba más encolerizado con algunos de los oyentes que con muchos de los que ya estaban en el infierno; que el pecado era como un fuego encerrado dentro del pecador y listo, con el permiso de Dios para transformarse en hornos de fuego y azufre, y que solamente la voluntad de Dios, indignado, los guardaba de una muerte instantánea.

    EL SERMÓN DE EDWARDS

    Prosiguió, luego, explicando el texto al auditorio: "ahí está el infierno con la boca abierta. No existe nada a vuestro alrededor sobre lo que os podáis afirmar y asegurar. Entre vosotros y el infierno existe sólo la atmósfera. Hay en este momento nubes negras de la ira de Dios cerniéndose sobre vuestras cabezas, que presagian espantosas tempestades con grandes rayos y truenos. Si no fuese por la soberana voluntad de Dios, que es lo único que evita el ímpetu del viento hasta ahora, seríais destruidos y transformados en una paja de la era. El Dios que os sostiene en la mano sobre el abismo del infierno, más o menos es como el hombre que sostiene una araña sobre el fuego por un momento para dejarla caer después, está siendo provocado en extremo".

    El resultado del sermón fue como si el Creador hubiese arrancado un velo de los ojos de la multitud, para que contemplaran la realidad y el horror de la situación en que se encontraban. En ese punto, el sermón fue interrumpido por los gemidos de los hombres y los gritos de las mujeres, que se ponían de pie o caían al suelo. Fue como si un huracán soplase y destruyese un bosque. Durante la noche entera la ciudad de Enfield estuvo como una fortaleza sitiada. Se oía en casi todas las casas el clamor de las almas. Esperaban que en cualquier momento Cristo fuese a descender de los cielos, rodeado de los ángeles y de los apóstoles, y que las tumbas se abriesen para entregar a los muertos que en ellas había.

    Como era de esperarse, el maligno trató de anular la obra gloriosa del Espíritu Santo en el "Gran Despertamiento", atribuyéndolo todo al fanatismo. En su defensa Edwards escribió: "Dios, conforme a Las Escrituras, hace cosas extraordinarias. Hay motivos para creer, según las profecías de la Biblia, que la más maravillosa de sus obras tendrá lugar en las últimas épocas del mundo. Nada se puede oponer a las manifestaciones físicas como son las lágrimas, gemidos, gritos, convulsiones y desmayos. En efecto, es natural esperar, al asociar la relación que existe entre el cuerpo y el espíritu, que tales cosas sucedan. Así hablan las Escrituras, refiriéndose al carcelero que se postró ante Pablo y Silas, angustiado y temblando".

    Lo cierto es que en Nueva Inglaterra comenzó, en julio de 1741, uno de los mayores avivamientos de los tiempos modernos. También es cierto que ese movimiento se inició, no sólo con las célebres prédicas de Edwards, sino también con la firme convicción que él tenía de que hay una "obra directa que el Espíritu divino realiza en el alma humana". En un período de cerca tres años, la Iglesia de Cristo despertó de una época de gran decadencia, entre la escasa población de Nueva Inglaterra, siendo arrebatadas alrededor de cincuenta mil almas del infierno.

    En medio de sus luchas, y cuando menos se esperaba, Jonatán Edwards partió al encuentro del Señor. Apareció en Princeton una epidemia de viruela y un experto médico fue llamado de Filadelfia para vacunar a los estudiantes. El ministro de Dios y dos de sus hijas fueron inmunizados también. Debido a la fiebre resultante de la inyección, las fuerzas físicas de Edwards fueron disminuyendo gradualmente, hasta que el 28 de marzo de 1758 dejó de existir y se marchó al reino de los cielos

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