viernes, 17 de agosto de 2012


Amar a sus Enemigos.


 (Jesús dijo:)Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. – Mateo 5:43-45
Amar a sus Enemigos.
El sermón del monte es una maravillosa revelación de las palabras de Dios respecto a las relaciones de los hombres en la tierra. “Amad a vuestros enemigos”. ¡Qué declaración sorprendente! ¿Debemos amar a los que nos atacan y nos hacen daño?

Jesús, el Hijo de Dios, así nos lo pide. Pero, ¿Quién puede obedecer a ese mandamiento de amor? La Biblia responde: “A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Así es como pasamos a formar parte de la familia de Dios. Si somos hijos de Dios, entonces tendremos la misma actitud de amor que nuestro Padre.

Dios ama a todos los hombres, tanto a pequeños como a grandes. Permite que todos disfruten del calor del sol y de la lluvia, tan necesarios para nuestra vida. También quiere que todos los hombres sean salvos (1 Timoteo 2:4). A nosotros no nos corresponde hacer diferencias entre una persona y otra. Por lo tanto debemos orar por todos los hombres para que reciban a Jesús como su Salvador. Pero para orar es necesario que nos acerquemos a él buscando su voluntad. “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). Así podremos amar a nuestros enemigos.

miércoles, 8 de agosto de 2012


El hombre que predicó a caníbales

Jhon Gibson Paton evangelizó tribus de remotas islas del Pacífico Sur conocidas como Nuevas Hébridas, al este de Australia y Nueva Zelanda. En pleno Siglo XIX, cuando el canibalismo y el oscurantismo imperaban, llevó la Palabra del Señor a poblaciones paganas.El hombre que predicó a caníbales
En una humilde cabaña cercana al condado de Dumfriesshire, en Escocia, creció en los albores del siglo XIX un pequeño niño de cabellos rizados llamado John Gibson Paton, del que nadie imaginó que algún día se convertiría en un gran misionero cristiano en las islas del Pacífico Sur. Nacido el 24 de mayo 1824 fue el mayor de los 11 hijos de James y Janet Paton y a lo largo de una existencia de ochenta y dos años supo plasmar una biografía enteramente dedicada a difundir la Palabra de Jesucristo.

Su padre, fabricante de medias, tres veces al día entraba a orar a un cuarto especial en su casa y eso lo inspiró para tener una vida de oración real y verdadera. Así, un buen día, cuando todavía John Gibson asistía a la escuela con ropa muy usada y rota su papá le dijo es hora de orar por vestimenta nueva. Entonces toda la familia se reunió en la sala para un culto. De pronto, se escuchó que se abría la puerta de la calle. John fue corriendo para ver quien había entrado, pero no había nadie ahí, sólo se encontraba un paquete con su nombre y cuando lo abrió descubrió que era ropa nueva para él.

Antes de cumplir los doce años, John Paton tuvo que dejar la escuela para empezar a trabajar en casa, aprendiendo el oficio de su padre. Aun cuando su lugar de trabajo era su propia casa la jornada era tan larga como en cualquier fábrica. Al igual que su padre, permanecía sentado frente a la máquina desde las seis de la mañana hasta las diez de la noche. Sin embargo, en sus tiempos libres o de descanso, John Gibson aprovechaba para leer la Biblia y durante ese tiempo creció su pasión y amor por la Palabra de Dios.

Con el tiempo se inscribió en la Academia Dumfries para realizar estudios de teología. Empero, su existencia no fue sencilla y debió trabajar en la distribución de folletos, haciendo labor de misionero y enseñando la Palabra de Dios para solventar sus gastos académicos. Fue en esas circunstancias que recibió una invitación para ser misionero en la Ciudad de Glasgow. De inmediato, aceptó con gozo y durante diez años trabajó entre la gente que vivía en algunos de los peores barrios de la urbe más grande de Escocia.

Paton fue ordenado ministro de Dios por la Iglesia Presbiteriana Reformada el 23 de marzo de 1858. Nueve días después, el 2 de abril, en Daimiel, Berwickshire (Escocia), se casó con Mary Ann Robson y 14 días más tarde, el 16 de abril, acompañado por el hermano Joseph Copeland, zarpó para el Pacífico Sur. De este modo, el siervo del Todopoderoso empezó a cumplir los designios del Creador quien le había mostrado la necesidad de evangelizar estas remotas islas ubicadas en la actualidad al este de Australia y Nueva Zelanda.

LA MUERTE Y EL DOLOR

Después de una travesía larga y agotadora, John y su esposa finalmente llegaron a Tanna, un territorio habitado en ese momento por caníbales, el 5 de noviembre de 1858. Su primera tarea fue aprender el idioma. Escuchando la conversación de la gente, y haciendo muchas preguntas, Paton fue conociendo cómo se llamaban algunos objetos y a la larga dominó el idioma y tradujo la Biblia al idioma local. Pero no todas las cosas le fueron bien. El 12 de febrero de 1859 nació su primogénito y tan sólo 19 días después su esposa Mary murió de fiebre tropical. Después, quince días más tarde, su hijo también dejaría de existir y se quedaría completamente solo.

A menudo la vida misionera de Paton peligró. Varias tribus de la región determinaron darle muerte. Cada vez que moría algún aldeano la gente le echaba la culpa al misionero. "Es Tu Dios", le decían. "Tenemos que matarte", le gritaban. Dos de los problemas comunes en aquella región eran el robo y la mentira. Los nativos se llevaban todo lo que querían, aun cuando perteneciera a John. Cuando eran descubiertos negaban haberlo hecho y rehusaban devolver el artículo robado. Debido a este problema el hombre de Dios perdió gran parte del equipo que había llevado consigo.

La existencia de John en el Pacífico Sur estuvo llena de un mar de dificultades. Vivió bajo constantes amenazas. Incluso las personas que parecían ser amigos suyos lo atacaban de cuando en cuando. Empero, después de cuatro años de predicar y sufrir, regresó a Escocia por un breve tiempo. Allí dedicó todo su tiempo a hablar a la gente sobre las necesidades del nuevo campo misionero. Instó a los jóvenes a salir como misioneros y solicitó contribuciones para la Obra de Dios. Cuando estuvo listo para regresar a las islas, en enero de 1865, Paton no iba solo, se había casado con Maggie Whitecross el 17 de junio de 1864.

El predicador, al lado de su nueva esposa, reanudó su obra misionera en las Nuevas Hébridas en Aniwa, una pequeña isla cerca de Tanna, enfrentándose nuevamente con enormes dificultades. En este lugar tuvo que aprender un nuevo idioma local, pero encontró que los métodos que había usado en Tanna también resultaron eficaces en Aniwa. Además, algunos de los habitantes entendían el idioma de Tanna y con la ayuda de ellos su aprendizaje fue mucho más rápido.

LLUVIA DE LA TIERRA

Paulatinamente, y con la ayuda de Dios, fue cosechando la confianza de los habitantes y así continuó con su ministerio, hasta que varias personas se convirtieron a Cristo en diversas partes de la isla. Sin embargo, los indígenas más radicales nunca dejaron de obstaculizar sus esfuerzos en los primeros años de su misión evangélica. Además, también tuvo en contra a las fuerzas de la naturaleza. Un huracán tropical, que sacudió Aniwa, demolió las construcciones que Paton había levantado.

Otra adversidad que vivió John fue la falta agua dulce. Para resolver el problema empezó a cavar un pozo y aseguró a la gente que finalmente encontraría el líquido elemento. Los nativos se rieron de él y pensaron que había perdido la cordura. "La lluvia viene del cielo", le decían mientras cavaba con mucho esfuerzo. Un día después de arduo trabajo, finalmente Paton se topó con tierra mojada. Sabía que el día siguiente encontraría agua. Así que reunió a la gente y le pidió que lo observaran mientras sacaba agua de la tierra.

"¡Lluvia de la tierra!", exclamó la gente. "¿Cómo lo lograste?", le inquirió más de uno. Entonces Paton les respondió que Dios le había respondido a sus oraciones. Como una gran bendición el pozo hizo más que cualquier mensaje cristiano para romper el yugo del paganismo en Aniwa. Así más tarde, cuando no llovió por mucho tiempo, el pozo salvó de la muerte al pueblo y muchos isleños se entregaron al Creador.

Después de algún tiempo de haberse estado reuniendo con los nuevos creyentes en sus hogares, el misionero les animó para construir un templo. Los recién convertidos se entusiasmaron con la idea y al poco tiempo comenzaron a levantar la edificación. Sin embargo, apenas culminada la construcción, un huracán azotó la isla y destruyó por completo el templo. Al principio la gente se desalentó, pero el cacique de la isla dijo: "no seamos como niñitos que lloran por sus arcos y flechas quebradas. Más bien, construyamos otro templo mejor para Dios".

Una vez más, los habitantes unieron sus fuerzas y edificaron un templo más grande y más hermoso que el anterior y lo dedicaron exclusivamente para adorar al Padre Eterno. Paton celebró la cena del Señor por primera vez en la nueva casa de adoración, en 1869. Posteriormente, luego de lograr la conversión de gran parte de la isla, le dio a la gente de Aniwa el primer himnario en lengua nativa.

Paton y su esposa también construyeron dos orfanatos, uno para varones y otro para niñas. Muchos de los jóvenes que se criaron en esos orfanatos llegaron después a ser evangelistas y maestros llevando el Evangelio a sus propias aldeas.

En sus últimos años, el siervo de Jesucristo se estableció en Australia desde donde ayudó a promocionar nuevas misiones a las Islas Nuevas Hébridas. Fue allí, en el estado de Victoria, donde el 28 de enero de 1907, a la edad de ochenta y dos años, John Gibson Paton acabó su obra terrenal y le regaló al mundo evangélico un ejemplo de servicio y fidelidad al Señor. Una estela de fe que quedó registrada en una serie de libros editados por su hermano James Paton y por su hijo Frank Paton

sábado, 4 de agosto de 2012